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La digitalización está cambiando las reglas del juego en el modelo de producción de México y quizá sea la mejor arma para atraer inversiones en la nueva batalla comercial.
HAN PASADO MÁS de 24 años desde que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio con América del Norte, que liberó casi la totalidad del comercio y los servicios entre Estados Unidos, México y Canadá. También significó la consolidación del modelo económico de México, enfocado en atraer inversiones a partir de una premisa básica para las empresas que decidieran instalarse en nuestro país: encontrarían una mano de obra barata, de poca especialización y bajo valor añadido.
Sin duda funcionó.
Los flujos de Inversión Extranjera Directa en el sector manufacturero de México crecieron 153% entre 1993 y 1994 — el primer año del acuerdo — para alcanzar 5,882 millones de dólares, según la Secretaría de Economía. Para darnos una idea del crecimiento que ha tenido desde entonces, el año pasado la cifra cerró en más de 13,000 millones de dólares tan solo en este sector.
En su momento, el TLCAN — como dijimos, basado en un modelo de bajo costo para atraer empresas — fue exitoso y estuvimos cómodos con él: si Estados Unidos era el dueño de la tecnología y la innovación, nosotros nos apropiaríamos del ensamble masivo, repetitivo. El clásico modelo fabril, y desde ahí competiríamos con los chinos por el mercado estadounidense, con la ventaja (para nosotros) de estar a unas cuantas horas de la frontera.
Nunca vimos que era un modelo poco sostenible o que, en todo caso, tenía fecha de caducidad. Quizá porque si alguien nos hubiera dicho que, en cinco años, la industria cambiaría a un ritmo más vertiginoso que en el último siglo, lo hubiéramos creído un disparate.
Pero eso fue justamente lo que sucedió
Una irrupción tecnológica cambió las reglas del juego. Conceptos como innovación, industria 4.0 y digitalización comenzaron a cobrar fuerza en el lenguaje industrial. Quizá no leímos a tiempo las señales, pues mientras eso sucedía, hace unos 10 años, en México algunos celebraban los primeros indicadores que apuntaban a que la mano de obra china comenzaba a encarecerse frente a la mexicana. Nos hizo creer que éramos más competitivos que el dragón asiático. En todo caso, ¿no debería habernos entristecido una noticia de ese tipo?
Y mientras eso sucedía, la disrupción tecnológica se convirtió en una espiral que transformó a toda la economía global y planteó nuevos paradigmas en términos de producción, distribución y consumo. Plataformas como Uber, Airbnb y Netflix, entre otras, irrumpieron para retar a las viejas estructuras económicas y crear nuevos modelos de negocio.
Hoy, esto lo asimilamos
porque lo vivimos de manera cotidiana, pero en el ambiente manufacturero ha sucedido algo similar. De pronto, conceptos como Internet de las Cosas, Cloud Computing, Inteligencia Artificial y Big Data, entre otros, permearon en los procesos industriales para plantear nuevas relaciones entre consumidores y productores. Había llegado la era de la Cuarta Revolución Industrial.
Basta un ejemplo para entender y dimensionar lo que significa esta ola en la manufactura. Hace más de 100 años, la producción en serie, que tuvo en el Modelo T, de Henry Ford, a su máximo exponente, fue tan trascendental en la industria que es considerada la base de la segunda revolución industrial — la primera fue la máquina de vapor — . Gracias a ello, de pronto fue posible producir miles de autos en una misma línea de producción. Ford lo logró en su planta de Detroit, en 1908, y fue el hito que hizo del automóvil un producto de consumo masivo, y no solo algo exclusivo para las élites socioeconómicas.
Esta automotriz lo consiguió porque produjo en masa miles de autos iguales unos a otros. Y no se permitía ninguna pequeña variación siquiera. De ahí la afamada frase que Henry Ford usaba para honrar este modelo productivo: “Todo mundo puede tener el modelo T que quiera, siempre y cuando lo quiera negro”.
Décadas después…
las armadoras comenzaron a incorporar conceptos como just in time y just in sequence, y gracias a esto fueron capaces de producir sus automóviles con algunas variaciones, pero siempre basándose en el concepto de producción en serie.
Lo que sucede hoy en día lo ha rebasado. Un ejemplo: BMW produjo unos 400,000 automóviles el año pasado en su planta de Amberg, Alemania. Ninguno de ellos fue igual al otro. Es decir, cada uno tuvo algún grado de personalización, un pequeño detalle, que lo hizo diferente de los otros modelos que salieron de esa línea de producción. Si se considera que algunos automóviles tienen hasta 3,000 partes y componentes que provienen de cientos de proveedores, lograr esto demanda un proceso con un alto grado de complejidad tecnológica y sistemas inteligentes.
BMW monta sus plataformas productivas en sistemas que operan con IoT y Big Data, gracias a los cuales la armadora es capaz de reducir la brecha entre el ciclo de diseño y consumo, con una trazabilidad total en su cadena de suministro, para responder, de manera eficiente, a las necesidades particulares de cada consumidor. Este es uno de los ejemplos más claros de la revolución tecnológica que ha llegado a las plantas.
¿Por qué es importante?
¿Y qué tiene que ver el TLCAN con la era digital? Básicamente, México vive tiempos críticos en los que debe redefinir su modelo económico y competitivo. Y Donald Trump es clave en esto.
Una de las promesas que cumplió una vez que ocupó la presidencia de Estados Unidos fue iniciar una renegociación del TLCAN para buscar un acuerdo más “benéfico” para su país y reducir su déficit comercial. Es importante dimensionar esto porque cerca de 80% de las exportaciones mexicanas tienen como destino el vecino país del norte.
Una de las partes más álgidas en las rondas de negociaciones ha sido la presión que EU — apoyado en esta parte por Canadá — ha puesto en el modelo de bajos salarios manufactureros que tiene México y que, asegura, pone en desventaja a los otros socios a la hora de captar inversiones. Y no le falta razón. La mayoría de los índices señalan que México, en el mejor de los casos, paga una tercera parte del sueldo que percibe un obrero con funciones similares en Estados Unidos.
No es sencillo
Los funcionarios y empresarios mexicanos se han opuesto a modificar la estructura salarial con el argumento de que es un factor que compete únicamente a la política interna de cada país, aunque en el fondo parece ser un elemento de resistencia a cambiar el modelo competitivo del país.
China e India pueden ayudarnos a entender esto. Históricamente, ambos países habían sido locaciones ideales para establecer operaciones de manufactura masiva, pero desde hace algunos años están comenzando a incorporar sistemas de inteligencia artificial y automatización avanzada en sus plantas, con la consecuente transformación de la fuerza laboral.
¿Por qué –al igual que México- no lo hicieron antes? En las operaciones de manufactura las inversiones en maquinaria y equipos son elevadas, y los márgenes de ganancia suelen ser pequeños. De ahí que las empresas busquen constantemente estrategias para elevar su productividad. Y para lograr esto la tecnología es la mejor herramienta.
Productividad sin precedentes
Un reporte de McKinsey Global Institute señala que las nuevas herramientas tecnológicas y la digitalización podrían ayudar a recuperar los índices de productividad que las empresas han perdido desde la década de los 90. En México debería tomarse en serio, pues, según la OCDE, es uno de los países peor calificados en este rubro. En el primer trimestre de este año, este índice ha caído 0.2% (cifras de México ¿cómo vamos?).
Términos como fábricas inteligentes y conectadas, inteligencia artificial, IoT y Big Data parecen ser la respuesta a este problema. ¿Por qué? Trabajar con datos y modelos matemáticos predictivos, aplicados a una automatización inteligente, anula la posibilidad de errores humanos. Las empresas tienen mayor potencial de reducir costos, desperdicios, disminuir sus ciclos de diseño y producción, fabricar más con menos y, por ende, incrementar su productividad y ganar más dinero.
Pero hay que hacerlo de manera inteligente. No se trata de incluir tecnologías avanzadas en todos los procesos, sino en aquellos que son críticos para el negocio y donde existe el mayor potencial de aprovechamiento. En Gesta Labs (https://gestalabs.com/) asesoramos a empresas industriales en estos procesos para ayudarlos a hacer inversiones estratégicas en las nuevas tecnologías.
Estamos seguros que a medida de que la cultura digital permee en las empresas industriales, la visión de negocio cambiará hasta transformar el modelo competitivo de México, de bajo costo, hacia uno enfocado en innovación y valor agregado. Y en ese escenario no debería asustarnos ninguna guerra comercial con nadie.